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Discurso a todos los grupos políticos del Parlamento Europeo para la separación de la religión y la política

Poderosas voces están de nuevo reivindicando que los valores europeos son cristianos y pidiendo que el cristianismo sean amparados por la Constitución Europea.

Quiero argumentar en contra de esas proposiciones y a favor de un Europa laica -laica, esto es, no en ningún sentido atea, no en el sentido de querer excluir la participación religiosa en los asuntos públicos, sino en el sentido de la separación institucional de religión y política, en el sentido de que nuestras leyes e instituciones compartidas permanezcan neutrales y equitativamente accesibles y favorables a todos nosotros.

Las iglesias fueron las campeonas originales del laicismo -para mantener al Estado fuera de los asuntos religiosos. Ahora la misma demanda se hace desde la otra parte -para mantener a la iglesia fuera del gobierno.

Mis argumentos [a favor del laicismo] vienen, sucesivamente:

del pragmatismo – cualquier otra cosa llevaría a la alienación gratuita de más de la mitad de la población,

de la verdad – los valores [europeos] no son exclusivamente cristianos y no comenzaron con el cristianismo,

de los principios – con alguna referencia a la filosofía política básica.

Pragmatismo.

No se infringe la libertad de religión o creencia de nadie porque no haya referencia al cristianismo en la Constitución Europea. Pero la inclusión de tal referencia alienaría a muchas personas y las relegaría a un estatus de 2ª clase.

Incluir una referencia al cristianismo no es requerido por la garantía de libertad de religión o creencia en el artículo 9 de la Convención Europea de Derechos Humanos. En cambio, incluirla podría incumplir el artículo 14 de la misma convención sobre la no discriminación.

Incluirla equivale a una afirmación de la superioridad del cristianismo que contradice los valores de igualdad y respeto mutuo que las iglesias pretenden compartir -de hecho raya en el imperialismo.

Desgraciadamente, se cita a Angela Merkel, quien será presidenta de la Unión Europea cuando ésta celebre su 50 aniversario, diciendo que ella “subrayó [ante el Papa, en una visita reciente] la necesidad de una constitución y que ésta debería referirse a nuestros valores cristianos”.

“Nuestros valores cristianos” -¿de quién?- bien, de ella y del Papa, para comenzar, pero hay muchas otras religiones en la Unión Europea y puede que uno de cada tres ciudadanos no tenga creencias religiosas.

En 1957 el Tratado de Roma habló de eliminar barreras, pero esto levantaría una barrera; habló de diversidad cultural de Europa -pero esto sería una negación de esa diversidad.

Pragmáticamente deberíamos concentrarnos en la cooperación práctica a partir de nuestros valores compartidos en instituciones igualmente favorables a todos y no iniciar una competición por la propiedad de esos valores.

Verdad.

Angela Merkel también dijo:

“Creo que este tratado debe ligarse al cristianismo y a Dios porque el cristianismo fue decisivo en la formación de Europa”.

Nadie negará que el cristianismo influyó en la historia europea; y nadie negará que los cristianos hoy aprecian los valores que todos nosotros buscamos mantener -aunque añado entre paréntesis que sus propias instituciones no son a menudo democráticas, en contradicción con el más básico de los valores europeos, que es por lo que muchos de nosotros estamos muy preocupados por los derechos especiales que la redacción del artículo 52 da a los obispos que están mucho más basados en la doctrina que en la democracia. ¡Fin del paréntesis!

Sin embargo, algunos afirman que el origen de estos valores compartidos está en el cristianismo -por ejemplo, un obispo anglicano [Michael Nazir Ali, el obispo de Rochester] recientemente afirmó que el cristianismo nos dio igualdad, libertad, libertad de expresión, la dignidad de todos los seres humanos e incluso la institución del Parlamento.

Philippe de Schovtheete, un miembro de la Comisión de los obispos católicos de la Comunidad Europea (COMECE – COMMISSIO EPISCOPATUUM COMMUNITATIS EUROPENSIS), grupo de hombres sabios que redactan su declaración de los valores europeos [y antiguo embajador belga en la Unión Europea] recientemente afirmó que “la paz, la libertad, el rechazo del nacionalismo extremo, la solidaridad, el respeto por la diversidad y la subsidiaridad” son valores cristianos. Esto va demasiado lejos y crea mucho resentimiento.

Si miramos la época en que el cristianismo dominó Europa, digamos del siglo V al siglo XV, encontramos poca igualdad, libertad, libertad de expresión o democracia -y que la Iglesia no luchaba por tales ideales contra los poderes seculares, sino decididamente en el sentido contrario.

Nuestros valores, de hecho, vienen de muchas fuentes: del cristianismo en parte, pero también del antiguo mundo precristiano y de la Ilustración de los siglos XVII y XVIII, cuando, por ejemplo, Los derechos del hombre fueron escritos, no por ningún obispo, sino por el rebelde Tom Paine.

Filosofía política.

Pensemos por un momento en lo que estamos tratando de hacer: redactar una constitución para una enorme población con creencias y actitudes muy diversas. Seguramente deberíamos buscar acomodarla al mayor rango posible de sensibilidades -sujeta sólo a la imposición de aquellas normas necesarias para el funcionamiento sin problemas de la comunidad.

Actualmente puede ser necesario llegar al acuerdo sobre reglas sobre el IVA en los bienes objeto de comercio internacional -¡pero seguramente no es necesario establecer e imponer por ley que nuestros valores son básicamente cristianos!

El filósofo político John Rawls sugirió que -en la búsqueda del acuerdo sobre las normas de una comunidad- sería ideal que los participantes no supieran de antemano que posición ocuparán en ella.

Si en la fase de construcción de normas no sabes si terminarás siendo un pobre inmigrante o un rico capitalista, entonces las normas que redactarás tendrán mejores posibilidades de ser justas para todos. Desde luego esta no es una posibilidad del mundo real, pero puede hacerse como experimento mental.

Imaginemos que vamos a volver a planear los acuerdos constitucionales de la Unión Europea de este modo. No sabemos si cada uno terminaremos siendo cristianos o musulmanes, judíos, ateos o “yo no sé”. Observamos la disparidad de creencias en nuestra comunidad y sabemos que la religión y la creencia son patentemente cuestiones profundamente sentidas -por no decir explosivas-, con una historia hasta el presente día de guerras religiosas y persecuciones.

Nos damos cuenta de que el grupo mayoritario cristiano está profundamente y a veces enconadamente dividido entre católicos, protestantes y ortodoxos; que hay un importante grupo judío que ha sobrevivido a una horripilante y reciente persecución, que hay una creciente minoría de musulmanes (ellos mismos profundamente divididos en dos grupos) y que hay cantidades de hindúes y sijs y creyentes de otras religiones.

También sabemos que hay una gran minoría -puede ser 1 de cada 3- de gente que rechaza la religión y adopta posturas ante la vida no religiosas.

Entonces llegaremos seguramente a la solución de que las instituciones oficiales comunes de la Unión Europea deben ser estrictamente neutrales ante las religiones y las creencias. Nadie debe tener ningún privilegio en las instituciones o leyes, ni mucho menos en los documentos fundamentales.

Esto es lo que llamamos secularismo, laicismo, neutralidad oficial.

No significa que la religión tenga que mantenerse en privado y encubierta. Mucha gente religiosa tiene en sus creencias su motivación principal y no debemos pedirle que finjan lo contrario.

Pero ellos deben darse cuenta de que cuando (dicen) recomiendan una política basada en doctrinas religiosas, ellos hablan sólo para aquellos que comparten ese vocabulario religioso.

Si quieren persuadir a aquellos fuera de su propio grupo de creencias, ellos necesitan hablar en el lenguaje compartido de nuestros valores comunes.

Si quieren hablar de planificación familiar, de eutanasia, de educación, de ayuda y cooperación internacional, de aborto, de igualdad de derechos para la mujer o para los gays y las lesbianas, de investigación sobre células madre, etc. entonces pueden usar argumentos doctrinales para sus propias congregaciones, pero no deben intentar imponer sus puntos de vista al resto de nosotros demandando respeto para ellos y conformidad con ellos simplemente porque ellos sean creyentes.

En vez de eso, deben usar un lenguaje compartido basado en nuestros valores comunes -y hacer frente a los contra argumentos de los expertos en estos temas.

Este es el requisito de una comunidad en la que todos nos encontramos en términos de igualdad en el espacio público -una comunidad organizada según principios laicos de neutralidad de instituciones compartidas y trato justo para todos. Como el 50 aniversario de la Unión Europea se acerca, es bueno saber -como Roy Brown planea decirnos- que otra gente además de las iglesias está preparando una declaración de valores de Europa a partir de una base más inclusiva de la que es probable que tengan los cardenales.

Traducción de Carlos Portillo

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