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Democracia y religión

Vivimos en un Estado aconfesional y por tanto en una sociedad laica que no impide que cada individuo profese y practique los ritos y manifestaciones externas del credo que tenga por conveniente, pero no son de recibo mensajes en sentido contrario, en los que con clara nostalgia de la dictadura, se pretenden imponer con carácter general en la vida pública las prácticas religiosas de los ciudadanos que se consideran católicos.

De postura forzada, artificial y ridícula ha calificado el portavoz de la Conferencia Episcopal, Juan Antonio Martínez Camino, la decisión de un colegio público de Zaragoza de suprimir los actos de celebración de las fiestas de Navidad para no molestar a los alumnos de otras confesiones religiosas.

Pertenezco a una de esas generaciones de españoles a los que, abusando de nuestra minoría de edad y sin pedirnos opinión, fuimos maleducados en la fe católica, literalmente "a hostias".

Nadie defiende hoy aquellos métodos totalitarios que, apoyados en una dictadura y viceversa, perseguían como único fin el de obtener individuos que usaran la cabeza para peinarse y, si no quedaba más remedio, como peana de la cornamenta. Cualquier cosa antes que consentir que los niños y jóvenes llegaran a una madurez que les permitiera reflexionar por sí mismos y sacar sus propias conclusiones ajenas a manipulaciones interesadas.

Pero aún hoy la educación religiosa persigue los mismos fines que entonces, aunque disfrace sus métodos y ahora persiga fundamentalmente formar cuadros explotadores de inmigrantes y de las clases menos favorecidas para contribuir al desarrollo e incrementar el beneficio de los mismos de siempre. Como vemos, todo muy evangélico.

Para la Iglesia católica en general y para la española en particular, es muy importante que la educación cristiana comience en la infancia del individuo, con lo que se comete un flagrante abuso de autoridad y en cuya práctica se han formado generaciones enteras de personas traumatizadas por consignas religiosas que pretendían impedir que los individuos pudieran actuar de forma racional, sino influidos por perversos miedos que acabaran adocenando su voluntad.

Vivimos en un Estado aconfesional y por tanto en una sociedad laica que no impide que cada individuo profese y practique los ritos y manifestaciones externas del credo que tenga por conveniente, pero no son de recibo mensajes en sentido contrario, en los que con clara nostalgia de la dictadura, se pretenden imponer con carácter general en la vida pública las prácticas religiosas de los ciudadanos que se consideran católicos.

Por cierto, ahora que el frío empieza a maltratar a indigentes y personas sin hogar, no estaría de más que las cúpulas de las distintas confesiones religiosas que operan en España, se plantearan poner a su disposición sus instalaciones para contribuir a mitigar el crudo invierno.

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