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España, siglo XXI. Grandes aglomeraciones en las puertas de los centros de enseñanza. Budistas, hinduistas, sintoistas, animistas, musulmanes, judíos, católicos, protestantes (luteranos, calvinistas, evangelistas, adventistas del séptimo día, testigos de Jehová, mormones, etc.) y un sinfín de confesiones menores presentan sus papeles para solicitar formación religiosa en sus respectivos credos.

Las autoridades educativas se ven desbordadas y empiezan a plantearse la necesidad de convertir los institutos y los colegios en grandes centros de formación religiosa, en los que se practique la lectura e interpretación de los textos sagrados de cada una de estas creencias.

El Ministerio de Educación se transforma en Ministerio de Asuntos Religiosos y decreta que todos los niños y niñas, a partir de los seis años, conozcan “los lugares universales de peregrinación”, “el calendario de fiestas religiosas”, “los grandes maestros y profetas de las distintas tradiciones religiosas”, “la estructura básica de toda religión” y un largo catálogo de temas similares. Pero, ¿cómo ha podido llegar a producirse este fenómeno? Unos pocos años antes, los administradores de la cosa empezaron otorgando unas “pequeñas concesiones” a la iglesia católica, por aquello de la relación especial que desde tiempos del nacionalcatolicismo franquista mantenía tal iglesia con el Estado español. Pero he aquí que estas concesiones, tan demandadas por los obispos de entonces en nombre de la tolerancia y el respeto a la “libertad religiosa”, obligaron a la administración a ir introduciendo en las escuelas todo tipo de doctrinas de todo tipo de iglesias. Como resultado de esta sabia política “liberal”, las “nuevas generaciones” ya no quieren saber nada sobre la naturaleza y sus fenómenos físicos, tampoco quieren investigar sobre las relaciones sociales y su historia, viven de espaldas a los grandes problemas del mundo actual, incluso han dejado de interesarse por la música, la literatura y el arte, y en cambio se han multiplicado las conversiones, las vocaciones, las procesiones, las canonizaciones y las excomuniones.

Simultáneamente, aquellos cuyo único credo es la sola preocupación por sus semejantes, por la justa convivencia humana, por su razonable y democrático funcionamiento, son acusados de “intolerantes” y se encuentran cada vez más estigmatizados, criminalizados y perseguidos.

Y todo por no creer en paraísos futuros, porque el único paraíso al que aspiran está en la tierra. Estos amantes del mundo y de la vida ven cómo se aleja más y más la posibilidad del paraíso terrestre, si es que la hubo en algún momento, y cómo retorna la fe en idílicos paraísos celestiales, mientras en esta tierra maltratada una pequeña parte de la especie humana sigue humillando a la inmensa mayoría.

Si el viejo Kant levantara la cabeza., se quedaría estupefacto al comprobar en qué ha ido a parar la educación ilustrada y el progreso moral de la humanidad.

Alicia Poza Profesora de Filosofía IES Julián Andúgar Miembro del Foro Ciudadano de la Región de Murcia

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